lunes, 2 de julio de 2007

El sur.

Un relato bastante "kajuna" que escribí hace un tiempecillo para la clase del gran Yeyo...

El Sur.


Hacía mucho calor. El sol coronaba el cielo como creía que sólo lo hacían en los libros. Tardaría unas 5 horas en llegar a Moler, un pequeño pueblo en el interior de Almería. Mi viejo R-11 tenía más años que el aire acondicionado, por lo que mi único alivio era extender la mano por la ventanilla y dejar que el aire golpeara mi brazo. Mi espalda estaba empapada consiguiendo que mi camiseta se pegase al asiento. Trataba de no pensar en Pablo. Los ríos de sudor esquivaban mis gafas de sol. Sé que no debí hacerlo, pero lo hice. Huía hacia el sur tras perder el norte. Me llamo Eva y me siento culpable. Ahora entendía que hacía un calor de justicia.

Legué al viejo caserón al anochecer. Esa antigua casa de mis padres era un buen lugar para desaparecer. Además, hacía días que había oído que vieron a gente salir de la casa, probablemente algún tipo que creyó que allí dentro había algo de valor.

Nada más abrir la puerta percibí aquel olor horrible. Fui a la cocina a beber agua. Había sangre en el suelo. Salí de la cocina y observé que había más sangre en el suelo del salón. Estaba demasiado perdida y cansada como para tener miedo, así que seguí el rastro rojo por toda la casa. Las puertas de salida estaban especialmente manchadas. Las gotas rojas me llevaron a la escalera y continuaron por el pasillo de la planta alta. La vivienda no tenía persianas ni cortinas por lo que el sol inundaba las estancias. El olor se iba haciendo más fuerte. La sangre abandonaba el pasillo para entrar en la habitación donde pasaba los veranos de cría. Aquí el olor se hacía insoportable, a punto de desmayarme corrí a abrir la ventana y detecté que la sangre se ocultaba debajo de la cama. Me vino a la memoria la imagen de Pablo encima de mí, el día que hicimos el amor por primera vez sobre aquel colchón. Ahora allí debajo había un charco de sangre en medio de un asfixiante olor a muerto. Me agaché a mirar. Con mis rodillas apoyadas en el charco de sangre vi que yacía en el suelo sombreado un gran pastor alemán sangriento y magullado.

Aquel animal debió de entrar con los ladrones aquel día, que asustados ante los gritos de los vecinos habrían huido dejándolo allí. Encerrado se habría golpeado contra las paredes de la casa vacía hasta morirse de hambre y sed. Me senté en la cama y pensé en aquel perro sólo en la gran casa vacía.

Volví a montarme en el coche y fui a la playa de mis primeros veranos. Era ya de noche y no había nadie sobre la arena. Me desnudé. Encendí mi teléfono móvil y llame a Pablo. Tiré el teléfono sobre la arena y me metí en el agua.

Mañana volvería al norte.


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